Ciudad de México, 5 de noviembre de 202-. La mañana del martes 4 de noviembre, la noticia de la detención del hombre que acosó a la presidenta Claudia Sheinbaum durante un recorrido público en el Centro Histórico acaparó los titulares nacionales. El incidente, ampliamente difundido en redes sociales, fue presentado como una muestra de los riesgos que enfrenta la mandataria en actos abiertos y de la urgente necesidad de reforzar su seguridad.
Sin embargo, mientras la indignación por el acoso crecía en medios y plataformas digitales, otro hecho de enorme gravedad parecía desvanecerse del debate público: el asesinato de Carlos Manzo Rodríguez, alcalde de Uruapan, Michoacán, ocurrido apenas días antes en un evento multitudinario.
El acoso que eclipsó un crimen política
De acuerdo con los reportes oficiales, el martes por la mañana un hombre identificado como Uriel “N” se acercó a Sheinbaum mientras saludaba a ciudadanos frente a Palacio Nacional. El individuo la abrazó e intentó besarla en el cuello, pese a la presencia de su equipo de seguridad. El momento fue grabado y viralizado en cuestión de minutos, provocando reacciones inmediatas de políticos, colectivos feministas y funcionarios de gobierno.
Horas después, la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana (SSPC) confirmó la detención del agresor en la zona centro de la capital. La noticia se convirtió en tendencia nacional y generó una oleada de solidaridad hacia la mandataria.
Pero para muchos analistas, la cobertura masiva y el tono de alarma con el que se difundió el suceso sirvieron para desviar la atención del tema que realmente debería haber conmocionado al país: el asesinato de un alcalde en funciones que denunció vínculos del crimen organizado con las estructuras del poder local.
@elplanetavecino El intento por mostrar a #ClaudiaSheinbaum como una mandataria cercana terminó en un acto fallido. La escena en la que un individuo logra acercarse físicamente a la presidenta, en medio de un evento público, la manosea y se muestra la indiferencia de la presidenta.
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El silencio tras la muerte de Carlos Manzo
El 1 de noviembre, apenas tres días antes del incidente con Sheinbaum, Carlos Manzo fue asesinado a balazos durante un evento público en Uruapan. Manzo había denunciado en repetidas ocasiones la presencia del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) en su municipio y la falta de apoyo de las autoridades federales.
A pesar de la gravedad del crimen —cometido a plena luz del día y frente a cientos de personas—, las reacciones oficiales fueron discretas y breves. La cobertura mediática duró poco más de 48 horas, hasta que el video del acoso a la presidenta se volvió viral.
“Es imposible no notar cómo un incidente sin consecuencias físicas terminó desplazando de la agenda nacional el asesinato de un funcionario que señalaba al crimen organizado”, opinó un periodista local de Michoacán que pidió mantener el anonimato.
Cortina de humo o coincidencia mediática
En redes sociales, diversos usuarios y analistas han señalado que el episodio del acoso se utilizó como una cortina de humo para distraer la atención pública del clima de violencia política y la falta de resultados en la investigación del asesinato de Manzo.
“Es evidente que lo que le pasó a la presidenta es grave y condenable, pero el enfoque mediático fue desproporcionado. Mientras se hablaba del ‘riesgo’ que enfrentó Sheinbaum, se ignoraba que a un presidente municipal lo mataron por denunciar al narco”, escribió una usuaria en X (antes Twitter).
Otros sectores más críticos consideran que el gobierno aprovechó el incidente para proyectar una imagen de vulnerabilidad y empatía hacia Sheinbaum, justo cuando la indignación por la muerte de Manzo empezaba a escalar.
Lo que queda fuera del foco
Mientras la atención se centra en la seguridad de la presidenta, en Uruapan la familia y colaboradores de Carlos Manzo siguen exigiendo justicia. Hasta el momento, no hay detenidos por el asesinato ni avances públicos en la investigación.
La pregunta que flota en el aire es inevitable:
¿Se está usando el caso del acoso como un distractor para evitar enfrentar el costo político del crimen de un alcalde que denunció la penetración del narco en su municipio?
Porque mientras las cámaras apuntan a la Plaza de la Constitución, en Michoacán —como en buena parte del país— sigue corriendo la sangre.