
En tiempos de Cuaresma, una tradición culinaria revive en los hogares del norte de México: la capirotada, un postre que más allá de su sabor, representa una profunda conexión con la fe y la historia familiar. En Nuevo León, esta receta sigue siendo parte fundamental de las mesas durante la Semana Santa.
La capirotada, elaborada principalmente con pan tostado, piloncillo, canela, pasas, queso y cacahuates, se considera un símbolo gastronómico que trasciende generaciones. Aunque su origen es europeo, en México ha adoptado su propia personalidad, con variantes regionales que le dan un toque único. En el noreste del país, por ejemplo, algunas familias incorporan nueces de la región, coco rallado e incluso plátano macho.
Tradición que se hereda
«Mi abuela la preparaba cada Viernes Santo y nos explicaba el significado de cada ingrediente», cuenta Mariana Treviño, vecina de San Nicolás. «Para nosotros, no es solo un postre: es una forma de estar unidos como familia y recordar nuestras raíces».
Según historiadores locales, la capirotada llegó a Nuevo León durante la época colonial y se mantuvo viva gracias a la oralidad familiar. Su preparación tradicional se asociaba al ayuno y abstinencia de carne, por lo que se convirtió en un símbolo de penitencia y devoción.
Una receta que evoluciona
Aunque la receta clásica sigue vigente, algunas panaderías y cocineros locales han experimentado con versiones modernas. Desde capirotadas veganas hasta opciones gourmet con pan artesanal y frutas deshidratadas, la innovación convive con la tradición.
«Queremos mantener el espíritu de la capirotada, pero también hacerla atractiva para las nuevas generaciones», explica Roberto Cárdenas, chef regiomontano que ofrece talleres sobre cocina tradicional mexicana. “Hay muchas formas de hacerla, pero todas cuentan una historia”.
Preservando el sabor de la identidad
A pesar de los cambios, el sentido de comunidad y memoria que gira en torno a la capirotada sigue siendo fuerte. Para muchas familias en Nuevo León, compartir este postre es también compartir el pasado, la fe y el cariño por quienes ya no están.
“La capirotada no solo se come, se recuerda”, dice Mariana, mientras prepara la receta con su hija. “Es como un abrazo de las generaciones que nos precedieron”.